34. LA MEDIOCRACIA: La aristocracia del mérito

18.04.2025

IV.—La aristocracia del mérito.

La degeneración mediocrática, que caracteriza Faguet como un «culto de la incompetencia», no depende del régimen político, sino del clima moral de las épocas decadentes. Cura cuando desaparecen sus causas; nunca por reformas legislativas, que es absurdo esperar de los propios beneficiarios. En vano son ensayadas por los tontos ó simuladas por los bribones: las leyes no crean un clima. El derecho efectivo es una resultante concreta de la moral.

La apasionada protesta de los individualistas puede ser un grito de alarma, lanzado en la sombra; pero el ensueño de enaltecer una mediocracia resulta ilusorio en las épocas de domesticación moral y de hartazgo. Las facciones prefieren escuchar el falso idealismo de sus fetiches envejecidos, como si en viejos odres pudiera contenerse el vino nuevo. Hay que esperar mejores tiempos, sin pesimismos excesivos, con la certidumbre de que la reacción llega inevitablemente á cierta hora: los hombres superiores la esperan custodiando su dignidad y trabajando para su ideal. Cuando la mediocridad agota los últimos recursos de su incompetencia, naufraga. La catástrofe devuelve su rango al mérito y reclama la intervención del genio.

El mismo encanallamiento mediocrático contribuye á restaurar, de tiempo en tiempo, las fuerzas vitales de cada civilización. Hay una vis medicatrix naturae que corrige el abellacamiento de las naciones: la formación intermitente de sucesivas aristocracias del mérito.

El privilegio vuelve á las manos mejores. Se respeta su legitimidad, se enaltecen esas raras cualidades individuales que implican la orientación original hacia ideales nuevos y fecundos. Todo renacimiento se anuncia por el respeto de las diferencias, por su culto. La mediocridad calla, impotente; su hostilidad tórnase feble, aunque innúmera. Si tuviera voz rebajaría el mérito mismo, otorgándolo á ras de tierra. De lo útil á todos, no saben decidir los más: nunca fué el rutinario juez del idealista, ni el ignorante del sabio, ni el honesto del virtuoso, ni el servil del digno. Toda excelencia encuentra su juez en sí misma. El mérito de cada uno se aquilata en la opinión de sus iguales.

Hay aristocracia natural cuando el esfuerzo de las mentes más aptas converge á guiar los comunes destinos de la nación. No es prerrogativa de los ingenios más agudos, como querrían algunos, en cuyo oído resuena como un eco esa «aristocracia intelectual» que fué la quimera de Renán. En la aristocracia del mérito corresponde tanta parte á la virtud y al carácter como á la inteligencia; de otro modo sería incompleta y su esfuerzo ineficaz.

Un régimen donde el mérito individual fuese estimado por sobre todas las cosas, sería perfecto. Excluiría la influencia de toda mediocridad numérica ú oligárquica. No habría intereses creados. El voto anónimo tendría tan exiguo valor como el blasón fortuito. Los hombres se esforzarían por ser cada vez más desiguales entre sí, prefiriendo cualquier originalidad creadora á la más tradicional de las rutinas.

Sería posible la selección natural y los méritos de cada uno aprovecharían á la sociedad entera. El agradecimiento de los menos útiles estimularía á los favorecidos por la naturaleza. Las sombras respetarían á los hombres. El privilegio se mediría por la eficacia de las aptitudes y se perdería con ellas.

Transparente, es, pues, el credo político del idealismo experimental.

Se opone á la democracia del número, que busca la justicia en la igualdad: afirmando el privilegio en favor del mérito.

Y á la aristocracia oligárquica, que asienta el privilegio en los intereses creados, se opone también: afirmando el mérito como base natural del privilegio.

La aristocracia del mérito es el régimen ideal frente á las mediocracias que ensombrecen la historia. Tiene su fórmula absoluta: la justicia en la desigualdad.