7. LA ERA DE LOS CENTAURONES: SOBRE LA GENIALIDAD CIENTÍFICA

16.04.2025

Ya Facebook y algunas redes sociales daban los primeros pasos en Cuba, mi país, cuando alguien de Guantánamo anunció en Internet que estaban a la venta numerosos cuadernos y películas que habían pertenecido a Juan Ping Ária, un ufólogo investigador. Era Pichirulo el vendedor, de Puriales también, quien en los tiempos de la escuela primaria lo teníamos separado de nuestro grupo porque entre otras faltas era bruto, descarado, oportunista e interesado.

Tuvo la suerte Andrés, El Español, de ver el anuncio e inmediatamente enloqueció. Hizo una llamada telefónica y a los quince minutos ya iba para el aeropuerto.

Pichirulo, que nunca amó la ciencia ni ningún sueño altruista, se había convertido en un negociante callejero de baja monta aunque sí con agudeza visual para descubrir oportunidades.

Cuando Andrés llegó a Guantánamo, Cuba, inmediatamente pidió un taxis para la casa de Pichirulo y cuando vio los cuadernos y las películas comprendió que estaba frente a un tesoro de la ciencia y le hizo un pago generoso de diez veces lo que le pedían.

Al regreso, Andrés pasó casi un mes en Oviedo, su ciudad natal, leyendo los cuadernos, viendo las películas y tratando de comprender lo que había visto Juan Ping Ária. Al final estaba completamente convencido que mi amigo había descubierto rarísimos seres con aliento de vida.

Andrés el Español era un sacerdote de la ciencia. Cuando muy joven leyó que fumar y beber podían afectar la inteligencia y como su ideal era hacer algún aporte en este mundo jamás probó de ninguno, incluso el celibato era otro de sus principios.

Un hombre así no se conformaba con ser un simple experimentador. Después de comprender la grandeza de lo que tenía en sus manos preparó su experimento con todo un protocolo basado en el método científico.

Compró los mejores equipos fotográficos y programas para el análisis de eventos. De esta manera controlaba perfectamente el tiempo y tendría etiquetas de aviso cuando algo cambiaba. Tres cámaras fotográficas apuntaban a la puerta: una que captaba luz normal, otra con filtro infrarrojos y la tercera que captaba solamente ese espectro. La mesa de lectura y trabajo con una laptop encima fueron colocadas de tal manera que fueran grabadas también.

Durante un mes la puerta semi abierta quedó quieta en su lugar sin que se presentará nada pero nuestro investigador no se daba por vencido y alquiló un piso al nivel de la calle pensado que si esos seres existían aunque volaran les gustaba el contacto con los humanos. En estas nuevas condiciones pasó un mes más y nada sucedió.

Él era un verdadero guerrero de la ciencia. Pensó por un momento que si habían podido abrir un poco más la puerta de Juan Ping Área es porque podía ser posible que fueran seres inteligentes ¿Y si sabían de nosotros? ¿Y si escuchaban y leían nuestros mensajes? Fue entonces cuando decidió provocarlos. Escribió en las redes sociales durante varios días sobre el descubrimiento de Juan Ping Arias y por primera vez los españoles y el mundo entero se enteraron de que había seres invisibles que pululan en nuestra atmósfera y de los cuales se tenía evidencias.

Un mes más y no sucedía nada de lo que esperaba. Las redes sociales explotaron y la gente estaba dividida en dos partidos: o lo amaban o lo odiaban. Se decían horrores, tanto que algunos pedían que les cerrarán la cuenta de Facebook y otros que era un enviado de Satanás para que pensáramos que los demonios no eran malos.

Otro mes más y no pasaba nada, pero un día que revisaba las grabaciones en infrarrojo del día anterior observó que la puerta hizo un leve movimiento y hubo un fugaz cambio de color en un área del espacio de la entrada. Sólo los científicos ven los cambios pequeños que son imperceptibles para los ojos vulgares. Luego no pasó nada más. Revisó todo el metraje todo el día sin encontrar la menor señal.

Cuando estaba muy agotado fue que se dió cuenta que las libretas que algún día eran de Juan Ping Área estaban en su librero pero desordenadas como si alguien las hubiera revisado. Quedó muy sorprendido pues él no tenía ayudante y nadie había visitado su nuevo laboratorio.

Cómo todo investigador de verdad nuestro sacerdote de la ciencia con el leve movimiento de la puerta, el cambio de color del espacio abierto y el desorden de las libretas llegó a la conclusión de que estos invisibles seres habían respondido a la provocación.

Se había tomado un descanso de las redes sociales porque no soportaba leer tantas sandeces en las respuestas de los post que había publicado. Sin embargo era el momento de volver a provocar los seres invisibles de cuya existencia él tenía la absoluta convicción.

Si estaba en lo cierto y lo sucedido era una respuesta entonces además de seres vivos eran racionales y posiblemente muy adelantados. Tenía que hacer una provocación mucho más fuerte en la que obtuviera una respuesta mejor ¡Quería comunicarse con los seres vivientes invisibles!

En la nueva campaña en las redes sociales publicó primero lo que había sucedido aunque él sabía que eso era muy poco para convencer a alguien. Luego pasó a decir las cosas que pensaba aunque no las hubiera comprobado. Se trataba de una población de seres inteligentes y el desarrollo tecnológico de nosotros había llegado a un punto en el que era posible una comunicación con ellos.

Andrés ni tan siquiera leía las respuestas porque en realidad no escribía para la gente. Él se estaba dirigiendo a los seres invisibles. Cada cosa que decía estaba dirigida a hacerlos gritar ¡Sí, estamos aquí!

Un día escribió lo siguiente y con los se ganó más de cien mil emojis de riza:

Queridos seres invisibles:

Yo sé que ustedes existen y estoy convencido de que ustedes son fuertes, poderosos y buenos. Hagan mañana por la noche una demostración que yo pueda filmar para esta pila de incrédulos. Cualquier cosa. Lo que se les ocurra. Ustedes siempre serán bienvenidos a mi casa.