8. LA ERA DE LOS CENTAURONES: ANDRÉS Y LA PASIÓN CIENTÍFICA

16.04.2025

Las personas como Andrés generalmente sufren porque sus sueños van más allá del sentido común y para no ir contra los demás al alejarse se aíslan. La verdadera causa de ser solitarios es falta de adecuada compañía. La necesidad de tener amistad y amor solamente puede estar reprimida en estas personas; jamás destruída. Posiblemente debajo de estos sentimientos en las capas más interiores de la psicología de las profundidades, subyace la necesidad de reunirse en grupos para defenderse, un remanente de cuando los hombres andábamos en manadas para poder cazar al mamut con piedra y palos.

Después que él escribió este último desafío a los que creía que eran seres inteligentes invisibles la avalancha de incrédulos, estúpidos y mediocres creció como bola de nieve en una ladera gigantesca. Las burlas y las ofensas eran tan terribles que dejó de mirar y seguir las estadísticas de sus posts.

Su escrito se hizo viral, no porque en las aplicaciones de las redes sociales hubiera muchas personas interesadas en su trabajo científico sino como humor, donde millones de frustrados de este mundo tenían alivio al descubrir que al parecer habían encontrado a alguien en quien descargar sus penas convirtiéndolas en risas.

Muchas veces el científico debe tener sangre fría, pero ¿qué tal si no lo consigue? Después que Andrés leyó por más de una hora las respuestas a su post desafío simplemente escribió uno más:

—O yo soy el único tonto o la humanidad lo es toda; una de dos.

Estaba cansado. Tantos días de pasión habían mellado su espíritu. Tanta gente estúpida lo había puesto al punto de colapsar.

Dejó la laptop en la mesa olvidando cerrarla, fue al cuarto de baño se dió una generosa ducha, se vistió, perfumó y salió para la calle a deambular a pie, cosa que hacía raramente y solamente cuando estaba muy cansado su espíritu.

Era primavera y casi anochecía este martes de finales de abril. Todavía las calles del centro de Oviedo estaban bastante solitarias, lo cual no era problema para un amante de la soledad. Quería evitar pensar en sus investigaciones porque precisamente su objetivo era alejarse para relajarse. Por esa razón miraba todo detenidamente.

Una chica vestida provocativamente le sonrió. Ella estaba parada como si posara para una foto. El atrevido vestido y enteramente pintada de puro rojo era el más claro mensaje de cuál era su profesión. Andrés sonrió porque aunque nunca había sido cliente de tal negocio tampoco tenía especiales prejuicios contra ellas.

Más adelante se puso a pensar que pudiera ser bueno conversar con una chica para disipar su pena y que esto no tenía que llegar a otras cosas si se ponían las cartas sobre la mesa desde el principio. Giró, casi como un autómata y al llegar donde estaba la muchacha lo esperaba la sonrisa sólo que ahora más amplia.

—¿Se aburre señorita?

—No, porque suceden cosas interesantes, como verlo a usted pasar.

—Bah, no es nada especial.

—Siendo usted quien es mucho más que especial.

—No se burle de mí señorita ¿acaso usted me conoce?

—Pero ¿quién no va a saber de la persona de Oviedo que ha hecho reventar las redes sociales contando cosas asombrosas sobre seres extraños? ¿Acaso no es usted Andrés el Español?

—Nuestro investigador quedó de piedra. De momento fue tal la sorpresa que cualquier cosa que dijera pudiera ser estúpida, pero la chica siguió hablando.

—¿Cree usted que podremos comunicarnos pronto con esos seres invisibles?

—Siento que es probable, lucho por ello. Pero yo no regresé para hablar de esas cosas sino porque necesito encontrar a alguien para conversar ¿Cuánto cobra usted por su servicio?

—Depende del tiempo, pero para usted sería gratis toda una noche. Yo soy su admiradora y además lo encuentro muy majo.

—De ninguna manera, pagaré bien pero, le aclaro que no quiero sexo ¿Le apetece cenar en un restaurante?

—Por supuesto pero, con un caballero como usted tendría que vestirme más elegante. No se preocupe, vivo aquí mismo, sólo entrar y cambiarme.

Mientras la chica cambiaba el atuendo Andrés pensaba que podía haberse equivocado y no era todo el mundo los que se burlaban de él. También se sintió feliz de que alguien quisiera comprender lo que él decía.

Poco tiempo después la muchacha salió de nuevo a la calle y se había transformado tanto que parecía cualquier cosa menos una prostituta. A Andrés la impresión que tenía ahora de su dama de compañía era entre una monja liberada y la primera dama de algún país americano; no estaba mal.

Sin embargo él estaba todavía embotado, todo se había dado tan rápido que no le salían las palabras, tampoco tenía habilidades para tratar con el sexo opuesto, como es de esperar en un sacerdote de la ciencia.

Ya en el taxis, nuestro investigador se atrevió a hablarle casi al oído para no hacer partícipe de la conversación al conductor:

—Siendo usted de la profesión que ejerce ¿Qué la mueve a regalar su servicio a un hombre que ve por primera vez frente a frente? Eso me asombró.

—Anteriormente se lo dije. No tengo mucho que agregar. El hecho de que sea puta, que así le llama todo el mundo, no quiere decir que sea una máquina sexual. Fuera de ahí tengo mis preferencias y mis gustos, además de un corazoncito. Antes de vernos hoy yo había seguido todos sus post en las redes y es un tema que me apasiona. Cuando lo ví al pasar frente a mí pedí al cielo que usted regresara. Hay un grupo de chicas que nos comunicamos por Whatsapp y todas estamos de acuerdo en que usted es un bombón. Ahora que lo veo de cerca me doy cuenta de que no estamos equivocadas.

Él calló y si el taxista hubiera encendido la luz se hubiera visto el rubor que le encendía las mejillas a nuestro científico. Después de respirar profundo varias veces le dijo:

—Tengo que confesarte que de esto sé muy poco pues he dedicado toda la vida a la investigación científica, no he tenido tiempo para las cosas de pareja. Tengo treinta años y soy virgen.

—Pues con eso se me hace usted todavía más interesante pues yo soy virgen de hombres vírgenes y de científicos también.

—Habíamos acordado que el tema sexual no lo tocaremos pero en este caso me siento culpable. Yo lo he provocado.

—Si lo que quiere usted es relajarse deje que la vida fluya. Nuestras filosofías encontrarán el tema común sin buscarlo. No se preocupe en dividir la vida en pedazos. Sea usted mismo y basta. Yo estoy enteramente a su servicio. Lo que usted tome de mí o deje de tomar yo lo acepto profesionalmente.

A partir de aquí Andrés volvió a admirar la inteligencia de la muchacha que apenas podría llegar a los veinticinco años. En este momento se dió cuenta que no sabía su nombre y preguntó:

—Luz Celeste

—¡Vaya, me resulta un nombre bonito e interesante!

Lo que sigue después y que sucedió toda la noche yo se lo contaré a los lectores aunque también se narra detalladamente, segundo a segundo en el libro «Como conocí al amor de mi vida», de Luz Celeste, el cual recomiendo leer cuando se publique en estos días.